Introducción

Para los que viven en lo que hoy son las Américas, el colonialismo comenzó con el viaje de Cristóbal Colón en 1492. Buscando una ruta a Asia, el europeo llegó al Caribe e inició un cataclismo cultural que causó la aniquilación de grupos indígenas a través del hemisferio occidental, la esclavitud de africanos y sus descendientes, y la servidumbre por contrato de poblaciones china e hindú. Durante los siguientes cuatro a cinco siglos, los colonizadores europeos iban imponiendo sus idiomas, valores, y creencias sobre los grupos marginados. En algunos casos, tal como Martinica y Guadalupe, los colonizadores aún están presentes. En otros, como Puerto Rico, el colonizador cambió de español a estadounidense, y el estatus de la isla de “colonia” a “estado libre asociado”, pero la jerarquía de poder sigue evidente.

Las exigencias de estos grupos marginados de comportarse y hablar de cierta manera reflejaban la meta contradictoria del colonizador: el grupo colonizado debe de asimilarse a la cultura dominante y dejar atrás sus propias prácticas culturales, pero a la vez debe mantener su separación social. Sin embargo, la asimilación no es solamente “the social process of absorbing one cultural group into harmony with another”, sino también el proceso de “absorbing nutrients into the body after digestion” (Merriam-Webster). Esta segunda definición, a menudo pasada por alto, vuelve a considerar el dicho, “eres lo que comes”. Reconociendo que el alimento es parte de la identidad cultural de un individuo, el decidir qué comer y qué no comer juega un papel importante en la resistencia a los legados coloniales encontrados en la cultura dominante norteamericana. Al usar los zines latinxs de los Estados Unidos, yo pretendo argumentar que los autores plantean un pensamiento decolonial a través de la recuperación de alimento autóctono, la transición al veganismo como modo de apoyar un especismo interseccional, y la promoción de la positividad corporal. Con el uso de “decolonial,” me refiero a la definición de Walter Mignolo, “decolonial options confronting and delinking from coloniality, or the colonial matrix of power” (p. xxvii). Además, este matiz colonial de poder se refiere a los sistemas que han dado forma a la economía, la religión, la educación, el labor, raza, género sexual, e incluso, el alimento.

El creciente interés en los estudios del alimento sugiere que la comida también juega un papel en lo que Mignolo identifica como el matiz colonial de poder. Colón navegó hacia el oeste en busca de especias. Para su segundo viaje a las Américas, en 1493, trajo consigo la semilla de la caña de azúcar, sembrando el principio de la Plantación, un sistema que dominaría la sociedad caribeña durante siglos (Benítez Rojo, p. 80). En 1519, los conquistadores españoles en México prohibieron el amaranto, un grano nutritivo y básico de los pueblos indígenas, porque lo usaban en la ceremonia (Levetin and McMahon, p. 244). Al resumir el pensamiento colonial acerca de alimento y la evangelización durante los siglos XVI y XVII, Rebecca Earle escribe que:

"Overall, many colonists and advocates of colonialism were certain that Amerindians had either already benefited, or would do so, from adopting a European diet, which would reverse the destructive effects of centuries of bad food, and help restore the old-world complexion once enjoyed by their ancestors. The introduction of old-world foods into the Indies thus was not only essential to Spaniards who needed such foods to stay healthy, but was also one of the palpable benefits that Amerindians derived from the conquest, along with Christianity. Europeans could justly pride themselves on planting not only the faith, but also wheat, grapevines and other Spanish crops, whose fruits were enjoyed by Spaniard and Amerindian alike (p. 167)."

De hecho, le debemos la popularidad de la tortilla de harina a las cosechas exitosas de trigo en el norte de México actual y el suroeste de los EE. UU. (Pilcher, 1998, p. 31). Si bien uno podría relegar estos ejemplos al pasado, sus legados continúan hoy a través de organizaciones multinacionales como Monsanto que acaparan la producción de alimentos del mercado mundial. Por ejemplo, el 90% del maíz de los Estados Unidos proviene de una semilla genéticamente modificada, producida por Monsanto. Esto significa que a nivel local, otras variedades de maíz desaparecen. A nivel transnacional, el maíz amarillo se importa a otras naciones donde domina el mercado, haciendo que sus variedades locales también desaparezcan, reduciendo efectivamente las variedades de maíz en todas partes.