Derrocamiento de Un Dictador
Hoja volante anunciando la candidatura presidencial de Huerta, el águila anáhuac/azteca que “da un zarpazo al buitre yanqui”, septiembre de 1913.
Victoriano Huerta y sus aliados conservadores —la élite, el ejército y la Iglesia católica— deseaban un retorno al statu quo porfirista. Consideraba que la fuerza bruta era el único medio para sofocar la revolución y lograr la paz. Con ese fin, reemplazó a los gobernadores estatales por generales y clausuró el Congreso en octubre de 1913, solo para reabrirlo después con simpatizantes suyos. También censuró la prensa y encarceló —e incluso asesinó— a periodistas que escribían en su contra. Desvió fondos públicos y créditos extranjeros hacia el ejército, principalmente para comprar la lealtad de oficiales y adquirir armamento. Aunque Huerta contaba con poder de fuego, carecía del respaldo popular para ampliar sus tropas, lo que lo llevó a implementar reclutamientos forzosos. Muchos soldados, alistados contra su voluntad, desertaron eventualmente e incluso se unieron a la oposición.
Revolución 3.0
El golpe de Estado de Huerta —que la mayoría del pueblo mexicano no apoyó— y su autoritarismo revitalizaron la revolución. En todo el país, su gobierno militar se enfrentó con líderes rebeldes locales cuyas milicias reflejaban la guerra de guerrillas zapatista en curso. Sin embargo, la principal amenaza se encontraba en los estados del norte, donde se estaba formando un ejército coordinado en expansión. El reemplazo y asesinato del gobernador de Chihuahua por parte de Huerta avivó aún más el fuego insurgente contra el gobierno central en los grandes estados norteños de Coahuila, Chihuahua y Sonora. El acceso de la región a suministros estadounidenses y una red ferroviaria que permitía su transporte convirtió a la frontera norte en un refugio revolucionario.
La ofensiva del norte
Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, y el general Álvaro Obregón comandaban las fuerzas sonorenses. Ricos en recursos y sin una línea ferroviaria directa a la Ciudad de México, Sonora aseguró rápidamente su autonomía frente al gobierno de Huerta y se convirtió en un punto estratégico para les revolucionaries del norte. En contraste, la insurgencia en Chihuahua era más descentralizada, con líderes rebeldes dispersos por todo el estado. No obstante, uno de ellos —Francisco “Pancho” Villa— emergería como el principal líder revolucionario de la región.
Les rebeldes de todo el norte se unieron al llamado de Carranza en marzo de 1913 para derrocar al “usurpador” Huerta y restituir el orden constitucional. El ejército “Constitucionalista” del norte, encabezado por Villa y Obregón, se alió condicionalmente con la milicia de Zapata para formar un frente coordinado contra Huerta. Los ferrocarriles y las armas estadounidenses convirtieron rápidamente al ejército del norte en una fuerza formidable frente al ejército huertista.
La intervención de Estados Unidos
Hasta el golpe de Huerta, Estados Unidos había sido un observador cauteloso de la revolución. Las empresas estadounidenses vendían recursos a la mayoría de los líderes revolucionarios para apoyar sus causas. La usurpación de Huerta coincidió con el inicio de la presidencia de Woodrow Wilson, quien favorecía una política exterior intervencionista. Defensor de la democracia, Wilson se negó a reconocer a Huerta como presidente legítimo de México. El cierre del Congreso por parte de Huerta motivó a Wilson a cerrar la frontera y permitir la exportación de armas a les revolucionaries, lo que fortaleció enormemente al ejército constitucionalista del norte. Para debilitar aún más al “usurpador”, Wilson autorizó la ocupación de Veracruz entre abril y noviembre de 1914, con el objetivo de bloquear la importación de armas por parte del gobierno de Huerta.
Fotografías de la invasión, destrucción y encarcelamiento de mexicanes por parte de Estados Unidos en Veracruz, abril de 1914.
La columna vertebral de los ejércitos
Aunque hoy se recuerde a los “grandes” revolucionarios, las soldaderas a menudo son olvidadas, pese a ser inseparables del esfuerzo revolucionario. Las mujeres seguían a sus parejas, brindándoles cuidados: les llevaban comida, agua e incluso municiones. Su trabajo es doblemente invisibilizado, ya que muchas de sus labores eran consideradas “tareas femeninas” tradicionales, como cocinar, y por ello no se les reconocía como trabajo esencial. Sin embargo, es imposible imaginar cómo habrían sobrevivido los soldados sin las soldaderas.
No existen muchos testimonios directos sobre su experiencia, pero sí se publicaron algunos corridos que describen su labor. Uno de estos, narrado desde la perspectiva de una soldadera, relata cómo va al campamento a ver a su Juan —su amante— para llevarle comida. Entra al campamento durante el desayuno, el almuerzo y la cena, soportando los insultos del capitán del cuartel —“¡Nos gritan, ‘viejas brujas!’” dice una de las líneas—, lo que muestra que, a pesar de brindar un servicio vital, no eran bien valoradas.